Justo homenaje al Dr. Vicente Rodríguez Witt

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Resulta un rayo de alegría, en medio de la grave situación de inseguridad que afecta a la ciudad y al país, la realización de eventos públicos para plasmar la gratitud y el reconocimiento a quienes, en su momento, y desde su trinchera, bregaron por el adelanto de nuestra ciudad de Loja. Me refiero al acto de develamiento del busto del distinguido galeno: Dr. Vicente Rodríguez Witt; organizado por el Municipio de Loja y por el Centro de Apoyo Social Municipal, con ocasión de la “Semana del Estudiante 2023” que, precisamente, lleva el nombre de este prestigioso médico lojano. El evento se llevará a cabo el 14 de abril de 2023, a las diez de la mañana, en la prolongación de la Av. Universitaria, junto a la Puerta de la Ciudad, y espera contar con la presencia de la ciudadanía.

Esto es un acierto de las autoridades municipales porque al resaltar y perennizar en el bronce, el nombre y la personalidad de un ciudadano brillante, se planta un ejemplo de civismo y querencia con la tierra, a ser imitado por las nuevas generaciones, tan proclives a la superficialidad y al facilismo; y tan permeables a olvidar la trayectoria de las personas que, con grandeza de espíritu e identificación con las buenas causas del hombre, han contribuido al adelanto de la sociedad.

El Dr. Vicente Rodríguez Witt nació en Loja en 1928, dentro del seno de una respetable familia formada por el Dr. Máximo Agustín Rodríguez Jaramillo y la matrona Virginia Witt Añazco. Creció en un sano ambiente familiar, intelectual y de respeto por Loja. Luego de cursar sus estudios primarios y secundarios viajó a la ciudad de Quito para estudiar medicina en la Universidad Central del Ecuador, en la que obtuvo el título de Médico Cirujano en 1954. Con la convicción de que la profesión médica es la de mayor complejidad y responsabilidad social decidió viajar a Illinois (EE. UU.) para cursar estudios de especialización y así alcanzar una mayor formación y prestancia científica en el cumplimiento de su juramento hipocrático.

Al culminar sus estudios de posgrado, su camino de vida se bifurcó en dos senderos: el primero regresar a Loja para echar a sus hombros el proyecto familiar, concebido por su madre, para dar a Loja su primer sanatorio privado (la Clínica San Agustín); y el segundo, quedarse a vivir en el exterior y así buscar otros vientos y otras latitudes para labrarse un mejor futuro.  

Pero con la clara convicción de que el progreso de Loja está atado solamente al esfuerzo y sacrificio de sus propios hijos, escogió el primer sendero. Por ello, regresó a la tierra de los verdes saucedales y las inquietas buganvillas, llevando como único equipaje: la identificación incondicional con el terruño, la solidaridad sincera, la aguda inteligencia, el profesionalismo a prueba de todo y la responsabilidad sin límite ni horario. Todo envuelto en su mandil blanco y cobijado en su cordial sonrisa.

El 28 de agosto de 1959, junto a sus hermanos Máximo, Eduardo, Virginia y Ernesto, el Dr. Vicente Rodríguez Witt abrió las puertas de la Clínica San Agustín para servir a los lojanos.

Desde esa fecha, y por décadas, atendió a miles de pacientes con brillante experticia profesional y especial carisma. A su fino bisturí y a su precisa aguja de cirujano se unieron las píldoras de esperanza, el ungüento de amabilidad y los jarabes de alegría que, con afecto y sencillez, prodigaba a sus pacientes en busca de la anhelada cura para los males del cuerpo y del espíritu. Muchos niños de las generaciones de las tres últimas décadas del siglo pasado (en los que me incluyo) nacieron en sus hábiles manos.

El 23 de agosto de 1962, gracias a su enorme compromiso con los habitantes de las olvidadas tierras del sur del Ecuador; el Dr. Vicente Rodríguez y otros esclarecidos lojanos, lograron crear el Comité Amigos de SOLCA de Loja para enfrentar la terrible enfermedad del cáncer, luego de realizar esforzadas y fatigantes gestiones ante autoridades nacionales de la salud.

La preocupación del Dr. Rodríguez Witt por el combate con el cáncer fue más allá. Y por ello aceptó con generosidad de alma la presidencia de SOLCA-Loja, desde 1981 hasta 1991, logrando consolidar a la institución con la construcción del Hospital Oncológico, que luego, por justicia, llevaría su nombre.  

En homenaje a su vida profesional consagrada a velar por la salud del prójimo, los gobiernos local, provincial y nacional lo distinguieron con justos reconocimientos que, sin buscarlos, lo motivaron a seguir en su cruzada por la salud de los lojanos. Paralelamente al ejercicio de la medicina y la cirugía fue un cultor de la amistad verdadera con muchas personas, por lo que aún se lo recuerda como un ser humano estupendo que irradiaba positivismo, lealtad, confianza y hombría de bien.   

El 30 de marzo de 2006 se apagó su vida cuando tenía 77 años, aunque pocos meses antes, seguía sanando vidas con la misma entrega y entusiasmo de los primeros años de médico. Desde esa fecha, le prolongan la existencia sus hijos (Vicente, Rita, Diego, Nelson, Felipe y José) y nietos, quienes, siguiendo el robusto ejemplo de su padre y abuelo, sirven a Loja y al país desde diferentes roles.

El existir humano no es otra cosa que la oportunidad para desafiar la fugacidad de la vida, mediante el accionar recto, trascendente, solidario y bueno. Esto es lo que precisamente rodeó la destacada historia del Dr. Vicente Rodríguez Witt, hoy acrecentada con su legado a Loja, plasmado principalmente en el Hospital Clínica San Agustín —que por más de sesenta años ha brindado y sigue brindando salud a quien la necesita—.

Si todos aspiramos a que las páginas de nuestro libro de vida sean numerosas, estas deben estar repletas de acciones de servicio a los demás; de experiencias de lo que nos hace felices; de recuerdos de cariño a la familia, a los amigos y a la tierra que nos vio nacer; y de evidencias de esfuerzo y sacrificio para superar las dificultades. Tal vez, solo así, podremos confesar que realmente hemos vivido.

El Dr. Vicente Rodríguez hizo eso y algo más: fue solidario con el dolor ajeno; de ahí resulta justo que su existir quede plasmado en un busto broncíneo como muestra de gratitud de los vecinos de una ciudad orgullosa de su existir.

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